lunes, 21 de enero de 2008

Y ahí estaba, bajo la mortecina luz de aquel aplique sobre la pared empapelada en un verde absenta que parecía presagiar el ambiente bohemio y lúgubre de aquel antro. Uno de los abundantes y tristes locales de aquella decadente zona de París.


Llevaba el pelo recogido en un desaliñado moño y la cara pintada con maquillajes que a aquella hora de la noche ya se habían movido de su emplazamiento original. Vestía una pieza roja que le cubría todo el cuerpo, exceptuando un gran escote y una abertuda que le corría desde la cadera por toda la pierna izquierda.


Aquella mujer parecía querer depositar todos sus pensamiento en un pequeño vaso lleno de cognac que tenía en frente, el cual miraba con extremada ansiedad. Como queriendo verter algo en él, pero nadie le prestaba a Marie ninguna atención. París no detendría su latir por ella.


Era hermosa, mucho, y fue por esa hermosura que acabó durmiendo entre las ratas y no en cama de seda. Una infancia demasiado descuidada y una adolescencia demasiado poco vigilada acabaron por empujándola a ese estercolero. Marie la bella, Marie pobre, Marie puta.
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Sigo en la próx. actualización.